Cassandra Cain fue entrenada para matar desde que era niña. Sólo mató una vez. Decidió que no quería volver a hacerlo. Sabía el gran privilegio que suponía haber sido elegida por Batman para formar parte de su equipo, pero para ella el honor había estado siempre en otra dirección. Para ella, el verdadero orgullo había sido que Barbara Gordon la aceptase, e incluso le diese su bendición, como la nueva Batgirl. Muda de nacimiento, había aprendido unas cuantas palabras gracias a Barbara. Aparte de eso, sólo conocía el lenguaje de la violencia, el que su padre le había enseñado. Eso la convertía en una justiciera silenciosa y taciturna, casi tanto como Batman; el resto de la terrible impresión fantasmagórica la propiciaba su máscara, completamente negra y sin orificios para los ojos o la boca. Si jugaba con las sombras y se mantenía en silencio, nadie notaría que no era Batman quien estaba patrullando las calles esa noche. Tal vez por eso Batman la había dejado al cargo. Había dejado de llover. La patrulla se hacía mucho más sencilla. De pronto algo le llamó la atención. Había un hombre intentando forzar la cerradura del asiento del pasajero de un coche. Un pequeño delito, pero había algo raro. Contempló al hombre durante unos segundos desde la azotea, y finalmente apuntó con su batcuerda y disparó. El ladrón se sobresaltó al escuchar el garfio clavarse a sus espaldas, pero con todo siguió adelante. Batgirl desplegó su capa. Sobre el cielo gris amarillento por las luces reflejadas en las nubes, la figura de un gigantesco murciélago anunció la llegada de la justiciera. Pero, para su asombro, el ladrón no intentó huir. De hecho le hizo señas para que bajase. Agarró la batcuerda, pulsó el botón de recogida y saltó. Se posó en el rincón más oscuro del callejón, se envolvió en su capa y avanzó un par de pasos. Fue entonces cuando vio el otro coche. -Menos mal que estás aquí- farfulló el hombre, que visto de cerca parecía ser un vagabundo, probablemente drogadicto-. Han venido unos hombres, han traído estos coches y dicen que han puesto una bomba. Batgirl no respondió. Se limitó a observar los dos coches, uno blanco y uno negro, ambos completamente secos a pesar de la noche de tormenta. -Yo estaba intentando llevarme los coches para tirarlos por el muelle- prosiguió el vagabundo en una nerviosa verborrea. Tenía en la mejilla una desagradable cicatriz, posiblemente producto de una pelea entre mendigos-. Pero si tú ya estás aquí, Batman, seguro que tú sabes qué hacer. La justiciera se acercó al coche blanco, el que el vagabundo intentaba forzar. Sacó de su cinturón un juego de ganzúas y abrió la puerta sin esfuerzo. -Oye, ¿no me llevo nada por encontrarlos?- preguntó el vagabundo- Me parece justo que el bueno de Murphy se lleve alguna recompensa o algo… Batgirl alzó una mano para hacerle callar, entró medio cuerpo en el coche y activó la apertura del capó. -Oráculo- susurró. -Te recibo, dime. -Los coches de Dos Caras. -¿Los tienes? -Una bomba. La pausa de dos segundos que siguió a estas palabras dio tiempo a Batgirl para mirar dentro del capó. Parecía demasiado burdo, pero en medio del motor había un pequeño monitor que llevaba una cuenta atrás. Quedaban seis horas.
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